Cuando llegas a la cima del Ngauruhoe piensas: si te tiras a la caldera del Estrómboli o quizás del Vesubio, probablemente saldrás por el agujero que tienes enfrente. Es absurdo, lo sé, pero ¿no es absurdo venir desde la otra punta del mundo para subir un volcán?. Literalmente, Nueva Zelanda, es eso, La Otra Punta del Mundo.
Nueva Zelanda parece haber sido diseñada por
un poderoso buscador de escenarios. Dios es director de cine. Y los habitantes
(y visitantes) de las islas, sus figurantes. La
Isla Sur reúne escenarios de alta montaña
en los Alpes Meridionales, profundos fiordos en la costa norte y una espesa
selva sub tropical en la Oeste. Desafortunadamente, los extraños bichos
que poblaban estas extrañas tierras, fueron extinguidos o están seriamente
amenazados.
La isla Norte, aporta unos platós totalmente diferentes, con zonas
de intensa actividad volcánica, grandes lagos y ciudades vanguardistas. Quien
me dijo que era igual que Asturias no iba bien encaminado… Y en toda esta
variedad, decidimos dar una vuelta por aquello que más difícilmente encontramos
en Europa, los volcanes.
El Parque Nacional de Tongariro es el parque
nacional más antiguo de Nueva Zelanda, situado en el centro de la Isla Norte. Fue
reconocido por la Unesco
como uno de los lugares Patrimonio de la Humanidad de carácter mixto, porque mezcla
cultura y naturaleza. Es el cuarto Parque Nacional establecido en el mundo. Las
montañas volcánicas activas Ruapehu, Ngauruhoe y Tongariro se encuentran situadas
en el centro del parque.
Hay varios sitios religiosos maoríes dentro
en el parque. Muchas de las cumbres de montañas son denominadas “Tapu”, una
palabra que describe un lugar altamente sagrado.
La caminata que realizamos en abril, comienza
en la vertiente Oeste del Tongariro, y es punto de partida del Tongariro Alpine
Crossing, una ruta clásia que recorre el parque desde Mangatepopo hasta Ketetahi.
Lo primero que sorprende es lo poco salvaje que es todo en NZ. O mejor dicho,
la afición de los Kiwis (así gustan ser llamados los Neozelandeses) por
domesticar la naturaleza. El camino está perfectamente trazado, balizado,
entarimado y escalerizado (si es que existe esta palabra).
No hay lugar para la
improvisación, la duda, ni el pipí clandestino detrás de un pedrusco. Se
asciende cómodamente, y sin desnivel excesivo hasta las rampas del collado que
separa el cráter Sur del Tongariro del impresionante Ngauruhoe (2.287 m). Hasta
este punto, se viene a tardar 1,5 a 2 horas. Desde allí se accede a la amplia
caldera de cráter Sur, y en 40’, a la cumbre del Tongariro (1.961 m). El
paisaje es impresionante, árido y lunar. La perfecta silueta del Ngauruhoe hace
que sea irresistible… así que volvemos a bajar hasta el collado para emprender
su ascensión.
Desde el collado, las tornas cambian considerablemente. No existe
camino, y los mil trazados se pierden entre las escorias y cenizas volcánicas. No
se deben tomar los ‘toboganes’ cavados en la ceniza por los senderistas que
descienden, porque son precisamente para eso.
La solución menos penosa es
ascender por una espina rocosa que nos deja casi en la cumbre (2.287 m). Aproximadamente,
hasta el borde del cráter 45’ a buen ritmo.
El cráter es perfecto. Y un cráter
perfecto es aquel de forma redonda, colores rojizos y apestosamente sulfuroso. No
hay nadie en la cumbre, y tras disfrutar unos minutos, retomo el descenso,
mucho más rápido que el ascenso. Al llegar al collado, 30’ después, me quito
cientos de piedrecitas que han entrado en las botas.
El retorno al aparcamiento no lleva mucho más
de una hora… pienso que habría sido más rápido salir por Estrómboli.