sábado, 10 de mayo de 2008

LADAKH. UNA ESCALADA AL STOCK KANGRI

Muchas veces dudo de que los acontecimientos se rijan por la casualidad y el libre albedrío. Cuando, en Abril del 2002 regresábamos de tierras Africanas, tras ascender al Jbel M’goum, nos estábamos dirigiendo, sin saberlo, hacia un pequeño rincón del Tibet que permanece medio olvidado en el Norte de la India, y del cual ni siquiera habíamos oído hablar: la región de Ladakh. En efecto, tras enviar a la editorial Lonely Planet un par de reseñas sobre sitios interesantes para viajeros ‘budget’ (o sea, cutres), nos respondieron que muchas gracias y que nos regalaban una guía a nuestra elección. Y en estos casos hay que aplicar la regla fundamental de los regalos: el mejor regalo es aquél que, aún apeteciéndote, en realidad, tú no te comprarías. Así que, ¿por qué no la guía del Himalaya Indio?. No teníamos previsto ir, pero... ¿quién sabe?… Y así empezó todo.


Ladakh representa mucho más que montañas. En realidad, no merece la pena el esfuerzo de un viaje de tal magnitud únicamente para escalar. Es el sabor de aquellas tierras ásperas, donde la vida a duras penas consigue hacerse un hueco gracias al milagro del Indo; es el sabor de sus gentes, recias como pocas, pero afables y sonrientes, lo que de verdad justifica el viaje. Además, las montañas.


Ladakh es, políticamente, India. Sin embargo, un paseo por Leh, su capital, o por sus alrededores, rebela inmediatamente sus profundas raíces tibetanas: La tez aceitunada y estilizada figura de los Indios de otras latitudes son aquí menos abundantes. Los rasgos de los Ladakhis son mongoles y su religión es el budismo tibetano. No en balde, el Dalai Lama tiene una de sus residencias en el valle de Nubra, en la cual pasa varios meses al año. Sin embargo, pese a la presencia densa del budismo, estamos ante una sociedad multicultural: en Ladakh conviven budistas, hindúes y musulmanes en aparente paz, paz que se quebranta día a día en la cercanísima Cachemira.

Fue en 1974 cuando el gobierno Indio empieza a abrir la región al turismo. Eso no significa que sea fácil llegar ni que sea una zona abiertamente ‘guiri’. La mayoría de los visitantes buscan en esta región un toque de exotismo dentro del exotismo que de por si representa la India ‘de verdad’. Y la mayoría de ellos incluyen en su visita un trekking, cuando no es ésta la actividad principal de la visita. Sin embargo no son muchos los que hacen del alpinismo el principal objeto de su visita, pese a que (al menos en nuestra opinión) estas montañas sean más agradecidas para realizar una ascensión que para una caminata exclusivamente. En cualquier caso, la mayoría de las ascensiones requieren como mínimo 2 días de aproximación, por lo que ambas actividades quedan inevitablemente unidas.


Cuando empezamos a planificar el viaje, nos encontramos con bastantes dudas: en primer lugar, existía muy poca información sobre las montañas. Apenas encontramos algunas reseñas de la vía normal al Stok Kangri y a la antecima del Kang Yatze. Sobre vías alternativas, la cosa se ponía todavía peor; tan sólo un comentario de un Australiano ‘que dice que vio a un Suizo que le dijo que la cara NE estaba fácil y bien’. De la ruta a la cima principal del Kang, sólo conseguimos información confusa y contradictoria salvo en un aspecto: era una ruta larga y difícil. Otro de los asuntos que nos quitaba el sueño era el tema de los permisos. En India hace falta permiso para escalar cualquier pico del Himalaya Indio, sea cual sea su altitud. Además, es un permiso caro y difícil de conseguir y obliga a ser acompañado, como si del K2 se tratara, de un oficial de enlace. Sobre este aspecto sí que había una relativa unanimidad: con respecto a Ladakh, es obligatorio, pero casi nadie lo pide y casi todos suben. La impresión que nos llevamos al final del viaje es que el gobierno indio es consciente de que resulta más rentable hacer la vista gorda y apoyar el turismo que obtener rentas por permisos. Por supuesto que una expedición ‘ligera’ tiene más posibilidades de pasar desapercibida que una caravana con 10 caballos y 20 personas. Con todas estas dudas y alguna más que nos surgiría de camino, tomamos el avión a Delhi y de allí otro a Leh.


La región de Ladakh se encuentra inmersa en el Valle del Indo, atrincherada entre la cordillera del Himalaya y la del KaraKórum. Para llegar allí, existen dos posibilidades. Una es tomar un bus desde Delhi a Manali, y desde allí a continuar la ruta a través de Himachal Pradesh hasta el valle del Indo. Es una alternativa bonita, pero larga -3 días de bus- y peligrosa por el estado de pistas por la que discurre. Nosotros optamos por ver el Himalaya desde el cielo. Solamente las vistas desde el avión hacen que merezca la pena llegar hasta allí. De las llanuras del Punjab, se pasa, a medida que la tierra se levanta, a densos bosques de niebla. Un corto estrato alpino nos mete de lleno en el reino de la piedra y los glaciares, recibiendo en pocos minutos la mejor lección de geología a la que podríamos aspirar. Tras superar el ramal oeste del Himalaya, el avión vira bruscamente a 90º, y comienza un vertiginoso descenso según se lo permite la orografía, viéndose obligado incluso a sobrepasar la pista de aterrizaje para, dando media vuelta, continuar su descenso hasta tomar finalmente tierra.


Los primeros días en Leh los dedicamos a la variopinta tarea de aclimatar. Variopinta, porque se puede aclimatar haciendo casi cualquier cosa si te encuentras en torno a los 4.000 mts de altitud. Así, aprovechamos para visitar los monasterios más cercanos a la ciudad: Lekir, Alchi, Lamayuru y Rizong.. Otras dos incursiones por los montes pelados cercanos a la ciudad nos animan a subir el paso de Digar La, a 4700 m. Éste paso une los valles del Indo y Nubra, y si bien es parte de un trekking cuyo objetivo es llegar a Nubra, nosotros lo consideramos un objetivo en sí mismo: sería nuestro primer test en altura. Tras una jornada de aproximación nos situamos en el CB del paso. Al día siguiente ascendemos siguiendo el mismo camino que en 1820 vio pasar a Mr William Moorcroft, uno de los primeros occidentales que exploró la zona en busca de un paso que permitiera las relaciones comerciales entre Asia Central e India, y que sobre esta parte del sendero escribió: “Siendo el ascenso muy empinado, resultaba extremadamente fatigoso caminar, y la dificultad para respirar ha pasado a ser la experiencia más dolorosa y molesta que he experimentado jamás: esto se extendía también a los animales, especialmente los caballos; pero los Yaks tampoco estaban totalmente exentos de tal sufrimiento y nos veíamos obligados a parar continuamente para proporcionarles descanso” (Travels in the Himalayan Provinces of Hindustan and the Panjab). Nosotros, con menos sufrimientos que el bueno de Moorcroft, alcanzamos el paso 3 horas después y sin duda fuimos recompensados con el mismo paisaje que 185 años recompensó al explorador Inglés; el Saser Kangri de 7670 m y máxima altura de Ladakh en el Norte, la cordillera de Zanskar al Sur y cientos de montañas anónimas nos saludan y nos animan a conocer nuevos senderos y pasos.

Tras bajar de Digar La, teníamos claro una cosa: estábamos preparados para montañas más altas, por ejemplo el Stok Kangri. El Stok es sin duda el monte más popular de esta región. El sobrepasar los 6.000 m, estar cerca de Leh, y el hecho de que su vía normal sea técnicamente muy sencilla, hace que numerosos caminantes venidos a más, acudan a él para intentar alcanzar su cima, en muchos casos, su primera gran cima.

Como alternativa a la normal, el Stock presenta, en su cara Nor-Este una pala de nieve con forma de cometa, la cual parecía iba ser nuestro objetivo. Y digo parecía porque la ausencia de mapas hacía difícil conocer exactamente lo que estábamos observando. Parecía que, además de dicha pala, había una cresta,pero… una cresta ¿cómo de larga?¿cómo de difícil?. Solo podíamos averiguarlo metiéndonos en faena. Así que contratamos a dos arrieros a través de una agencia local. No es la opción más barata ni más conveniente, ya que la agencia sólo hace de intermediaria llevándose un dinero que a todas luces estaría mejor en el bolsillo del arriero. Sin embargo, el tiempo –maldito tiempo- nos obligó a optar por la opción más rápida. Tuvimos mucha suerte con Tsering Gombo, nuestro arriero. Un hombre fuerte, conocedor de la zona y que terminó siendo, además, nuestro amigo. Sentimos un poco de vergüenza al comparar nuestro equipo con el de Tsering. Un paracaídas reciclado le servía de tienda; un par de mantas, de saco y aislante, y unas viejas zapatillas eran la alternativa a nuestras sofisticadas botas.. Y con nuestro amigo, un par de caballos y muchas ilusiones nos fuimos al Stok. La aproximación es suave y agradable. El camino comienza en el pueblo de Stok, cerca de Leh, y en dos jornadas alcanzamos el CB. En lugar de montar campamento en su habitual emplazamiento para ascender por la vía normal, nos desviamos a la derecha, para instalarnos cerca de la base de la pala de nieve, desde donde, además, era perfectamente visible su ascenso. Pero nuestra gran incógnita seguía siendo la cresta y el repecho final.

Al día siguiente, a eso de las 2h nos pusimos en marcha. Si hay algo realmente desagradable, dentro de las numerosas cosas desagradables (seamos honestos) que tiene la montaña, es levantarse a las 0 h, con un frío de cuidado, desayunar mal, ponerse una ropa helada y caminar algo aturdido en medio de la noche. Cosas muy agradables han de proporcionar las montañas para que compense esas y peores cosas. Inmersos en este tipo de pensamientos, acometimos las primeras rampas de nieve. La pendiente iba aumentando casi imperceptiblemente a medida que ganábamos altura. Cuando alcanzamos aproximadamente el tercio superior, nos encontramos ya utilizando piolet-tracción en hielo bastante duro, por lo que decidimos sacar la cuerda. Amanece. Después de 3 largos de unos 55º y tras sortear -más que superar- la cornisa, alcanzamos la arista. ¡Queda un huevo!. Sin duda, la cresta hasta la cima es más larga de lo que habíamos previsto. Además, el último tramo parece casi vertical, y solo tenemos 4 tornillos... Nos planteamos bajarnos. Sin embargo, ese frágil pero permanente equilibrio entre la prudencia y la audacia, se decantó, en esta ocasión, por continuar Llegamos a los gendarmes en ensamble, sin demasiada dificultad, sorteándolos por su vertiente Oeste, ya que la nieve por la otra cara recibe el sol de pleno y no pinta bien. Al final son 3 largos de medio andar medio escalar por terrazas estrechas e inestables de pizarra, que no permite montar reuniones en condiciones. Un corredor nos conduce de nuevo a la arista. A partir de ese punto, nos parecerá que siempre quedan 2 largos para la cumbre. En realidad fueron 6 largos a media ladera o en plena cresta por un terreno inestable de nieve o sobre un hielo más expuesto que difícil. A medida que nos aproximábamos al pináculo final, íbamos barajando todas las hipótesis para no atacarlo por el lado que daba a la cresta. Franquearlo por el Nor Oeste sería expuesto debido a los desprendimientos que caían a cada rato. Por el Este la nieve estaría ya blanda y tampoco nos ahorraba gran cosa. Así que decidimos atacarlo por donde parecía más seguro pero también más difícil. Una vez superado este repecho final (80º), sólo nos queda un pequeño tramo de cresta hasta la cima. Cientos de banderas de oración nos reciben. Estamos solos en la cumbre. Sin duda, no somos los primeros que hemos utilizado esta ruta. Sin embargo, la ausencia de información, cartografía y cualquier tipo de vestigio de ascensiones anteriores, hacen que nuestro corazón se sienta como el de los primeros.

La bajada por la vía normal hace que nos alegremos especialmente de haber buscado una alternativa. Sin duda es la normal más horrorosa de cuantas montañas grandotas hemos ascendido. Después de varias horas de descenso entre bloques, llegamos, casi de noche, al glaciar que se utiliza en la vía normal. Vemos un hombre en la otra orilla. Para y nos mira. Resulta extraño que alguien ascienda a estas horas, y lo primero que pensamos es que se trata un oficial de enlace con las esposas preparadas. Cruza el glaciar y nos hace señas. ¡Es Tsering!.. Nos cuenta que en el CB estaban muy preocupados por nosotros y por ello ha subido a buscarnos hasta aquí.

Al día siguiente, con la satisfacción de haber alcanzado nuestro objetivo, nos volvemos a Leh en busca de un merecido descanso. Cuando se retorna por la misma ruta de acceso, todo cambia. La perspectiva de los valles, el esfuerzo físico e incluso el estado de ánimo son totalmente diferentes. Disfrutábamos de las vistas y de contemplar cómo pasábamos de la inhóspita alta montaña a los acogedores valles. En uno de los poblados por los que pasamos, se acercó una muchacha, nos ofreció unos guisantes, nos sonrió y se alejó. Por extraño que parezca, aún hoy, la sonrisa de aquella chica, su regalo desinteresado, permanecen grabados en nuestra memoria con la misma intensidad que la ascensión a la montaña. Realmente, nos llevamos dentro mucho más que una montaña.


Borja Galmés

Alberto P Cabana

No hay comentarios: